lunes, 28 de febrero de 2011

AMOR VERDADERO



-I-

             -“Buenos días cariño. ¿Qué tal has dormido?”

 El marido murmura algo ininteligible mientras se dirige al baño 

¿Por qué su mujer tenía tan buen humor por la mañana?. A esas horas él no era capaz de pensar, solo de sentir. Y se sentía espeso y malhumorado. Su esposa no entendía que uno de los derechos fundamentales del ser humano, es no tener ni puñetera idea de que tal se ha dormido, un segundo después de abrir el ojo.

No obstante se siente un poco ruin por molestarle tanto su optimismo. Pero no lo puede evitar. Le saca de quicio.
            “¿Te apetece un cafecito, amor?. Lo acabo de hacer.”, grita la mujer desde la cocina, interrumpiendo el duelo musical que mantiene con la radio.
El marido no contesta. No soporta comunicarse a gritos y además sabe que la respuesta le saldría brusca. Se sienta asqueado en el borde de la cama. “Esto no puede seguir así. Tengo que hablar con ella”.
 Cuando entra en la cocina, la mujer está en plena efervescencia limpiadora.
            “Estos productos son una maravilla. Te quitan muchísimo trabajo, no como antes”.
 El marido murmura “cuánto me alegro” mientras se quema la boca con el café.
            “Perdona no te he oído, cariño”. La mujer se vuelve y lanza un silbido de admiración.
            “¡ Estás guapísimo mi amor!” . Sus ojos expresan auténtica adoración. El se conmueve y la abraza con fuerza. Sus labios se juntan.
            “¿No puedes llegar un poquito tarde?” ronronea la esposa insinuante.
 El hombre la aparta con suavidad.
            “Imposible. Tengo una reunión a primera hora”. Y mirando el reloj añade, “ya voy un poco justo”.
“Está bien. Lo entiendo. No te preocupes lo primero es lo primero”.No hay asomo de ironía en su voz.
            “¿Por qué coño es tan comprensiva? ¿Por qué se comporta como una esclava?” piensa, de nuevo muy lejano.
            Ya en la puerta la esposa le recuerda: “No olvides que esta noche vienen a cenar Javier y Ana. Procura ser puntual. Ah!, necesitaré el coche para hacer la compra, tenemos la nevera vacía”.
 Arrebujado en el asiento del taxi, el hombre siente su ánimo tan plomizo como el día. Mira de nuevo el reloj, llega tarde pero no hay ninguna reunión. ¡ Le da tanta pereza hacer el amor con su mujer!. Le agobia tanta entrega. Le asusta tanto éxtasis.
            “De esta noche no me libro”, piensa sombrío, “si no, sospechará que me ocurre algo”.

                                                                  -II-

La mujer ha terminado el trabajo doméstico y se arregla para salir. Una sombra de tristeza pugna por oscurecer su natural optimismo. Se mira en el espejo. Se está poniendo un poco gorda, debería hacer régimen."Mañana empiezo".
 No, no es eso por lo que tiene ganas de llorar.
 Intenta concentrarse en la tarea de pintarse el ojo, pero la nube está ahí, justo encima de su cabeza.
  Se sienta en la taza del water. ¡Su marido estaba tan raro últimamente!. Malhumorado y distante. No quisiera parecer una paranoica, pero tiene la impresión de irritarle solo con su presencia. Cuanto más intentaba agradarle, peor iban las cosas.
            “¡Ni siquiera ha recordado que hoy es mi cumpleaños!” murmura haciendo un puchero infantil en el espejo.
 Aunque eso no era ninguna novedad.  Dejó de ser detallista cuando los detalles perdieron su finalidad práctica: venderse a sí mismo para despertar su admiración.
 Rebusca excusas para mitigar el dolor que le atenaza la garganta y le impide respirar.
            “Te estás poniendo un poco histérica, haciendo una montaña de un grano de arena”. La voz le sale dura, tajante. “Eres una consentida, una caprichosa y muy poco comprensiva”, continúa envalentonada, “¿No te das cuenta que llega agotado, que trabaja como una mula para que no te falte de nada?”. El desdoblamiento le facilita muchísimo recuperar a la sumisa.
            “¡Basta ya!”. Se da una sonora bofetada que le pone definitivamente en su sitio. “Esta noche te demostraré de lo que soy capaz de hacer por ti, amor mío” susurra, gata, a la imagen que le devuelve el espejo, ya completamente recuperada.

                                                                            - III -

 Mientras conduce el coche camino a la gran superficie en la que piensa hacer las compras, le parece ver un paquete debajo del asiento. Está envuelto en papel de regalo.
 El corazón le late con violencia. Aparca en el primer hueco que encuentra.
            “Lencería fina Afrodita”, lee.
 Con manos temblorosas retira la cinta dorada que adorna el paquete. Está casi segura de lo que va a encontrar. Le sorprende el color. Rojo. Rojo fuego. Braguitas, sujetador, liguero y medias. Sexi, atrevido y una talla demasiado pequeña para su volumen.
 Se queda tan estupefacta que tarda unos minutos en reaccionar. Durante ese breve lapso de tiempo, sus funciones vitales quedan paralizadas y es la otra, la que cuida de ella y engaña a la razón, la que destruye, sin que la esposa llegue a enterarse, la explicación mas obvia.
Dos lágrimas recorren sus mejillas. ¡Era el mejor regalo de cumpleaños de cuantos le había hecho! y, además, muy de hombre enamorado.
            “Todavía me quiere. Ni siquiera ha notado que he engordado un poquito”, murmura trémula de agradecimiento.
Se siente desleal y retorcida ¿cómo había podido ser tan crítica y desconfiada?. Su marido compartía secretamente el anhelo de introducir sorpresas en su monótona vida sexual. ¿No era una significativa casualidad que ella hubiera pensado lo mismo esa mañana?. 
Seguían siendo almas gemelas, de eso no había duda.

                                                                 -IV-

En ese preciso momento, el marido esta en la oficina. No le apetece trabajar y pierde el
tiempo limpiándose las uñas. De pronto, se queda petrificado. Se levanta del sillón , tambaleante.
 Blanco como una momia.
            “¿Le ocurre algo don Luis?” pregunta la secretaria, solícita.
            “No, no es nada. Es que acabo de recordar algo”.
 Va al baño. El paquete, acaba de recordar el paquete.
            “¡Dios, ahora si que la he cagado!”, piensa agarrado al lavabo.
            “Tranquilo, calma. A lo mejor no ha salido de casa todavía”, llama desde el móvil. No está.
            “¡Mierda!”, grita en alto. Vuelve a su despacho e inventa una excusa para quedarse sólo.
            “¡Piensa, imbécil, piensa.! Podría no descubrirlo. Y ¿si lo descubre?. Le diré que era para ella. Me haré la víctima, el ofendido. La rutina y todo eso. No se lo va a creer. No es tan tonta. Le diré la verdad. Tengo una amante. Delgada. Misteriosa. Distante. Exigente. Un bombón. Estoy loco por ella. Imposible, la mataría. Es una pelma pero no se merece algo así. Y además yo soy un cobarde”.
 El zumbido del microteléfono interior le devuelve bruscamente a la realidad.
            “Don Luis. Tiene una visita. La señora de López”.
Es el bombón en persona. Justo la última persona a la que deseaba ver en ese instante. Recompone el gesto y se levanta, seductor, ensayando una mirada de mucho deseo.
            “Ana,  querida, ¿a qué debo este honor?”,  la mano sudorosa, delatándole.

- V -

 La esposa ha suspendido la cena con Javier Y Ana.
Ha comprado champán y ostras que, además de ser afrodisíacas, le parecen muy mundanas. Marca el teléfono de la oficina.
            “Don Luis, su mujer por la línea uno”.
 La exigente se acaba de marchar.
 El hombre se afloja la corbata y coge aire. “Hoy me da un infarto,” piensa.
            “¿Sssssi, qué hay?. Intenta parecer despreocupado.
            “A las ocho te espero en casa. Estaremos tú y yo sólos”. La mujer quiere resultar fatal y misteriosa pero el hombre lee un tono bronco, una voz  amenazante.
            “Descuida cariño, a las ocho”. 
Mira el reloj. Aunque es un poco pronto para beber, se sirve un güisqui generoso. Al segundo vaso se echa a llorar como un niño.

- VI -

A las ocho menos diez, la esposa está bañada, perfumada y embutida en su conjunto rojo fuego, atrevidamente sexi y una talla más pequeña de lo recomendable. Está tan nerviosa que su cara parece un reflejo de la lencería.
Cuando oye la llave en la puerta, se sienta en el sofá. Está realmente impresionante. Parece una diosa de fuego.
            “Cariño déjame que te ...” el marido enmudece al ver la escena.
La mujer se dirige a él con una copa de champán en la mano.
            “No hace falta” susurra con voz ronca.
Un rato después, sudorosa, despeinada y despojada de su atrevida ropa interior, pregunta la dócil, la de siempre: "¿qué te ha parecido, pichurrín?”.
El hombre, sin decir palabra, se levanta y sin prisas se corta el cuello con el cuchillo de cocina
La mujer observa al marido, muerto en el suelo. 
Se dirige al teléfono. Marca el número de la policía.
“He cometido un asesinato. He matado a mi marido”.




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